WILHELM VOIGT

No hace demasiado tiempo os hablaba de la habilidad y sangre fría de Wilhelm Voigt, un tipo que, la mañana del 16 de octubre de 1906, fue capaz de vestirse con un uniforme de capitán del ejército prusiano, que compró de segunda mano, y convencer a un pelotón de soldados para entrar en la casa consistorial, hacer detener a los responsables políticos y llevarse de la tesorería los 4.000 marcos que allí había.

VICTOR LUSTING

Pero no todos los golpes han sido para sustraer una cantidad importante de dinero. Otros han utilizado su don para convencer a otros y conseguir venderles lo invendible: desde la Torre Eiffel hasta la Casa Blanca, pasando por el Puente de Brooklyn o la Estatua de la Libertad.

Claro ejemplo de ello lo encontramos en un habilidoso estafador de origen austrohúngaro llamado Victor Lusting, quien en 1925 reunió en un lujoso hotel de París a cinco importantes hombres de negocios haciéndose pasar por un representante del gobierno francés y les convenció de la angustiante situación económica del país y cómo habían decidido deshacerse del más importante de sus símbolos, debido al cuantioso coste de mantenimiento que tenía y les ofreció poder comprar a precio de chatarra la Torre Eiffel cuando ésta fuese desmontada en breve.

Pero éste no fue el único golpe magistral de Victor Lusting, ya que unos años después, tras viajar hasta Estados Unidos, fue capaz de engañar al mismísimo Al Capone. La estafa al famoso gánster fue sencilla y efectiva. Se presentó frente a éste y lo convenció de que se trataba de un importante inversor que podría conseguirle una cuantiosa suma de dinero con una inversión de 50.000 dólares.

Al Capone confió en el supuesto inversor y Lusting guardó el dinero durante dos meses, transcurrido este tiempo se presentó frente al gánster y le devolvió todo el dinero con el argumento de que la inversión podría fracasar y ante la posibilidad de que perdiese parte del dinero prefería devolvérselo íntegramente. Este acto conmovió a Capone que le regaló 5.000 dólares por su honradez.

PHILIP ARNOLD Y JOHN SLACK

Otra sonada estafa es la que Philip Arnold y su primo John Slack idearon y salió perfecta. Consistía en comprar unas cuantas gemas (diamantes aún sin pulir) que las enterrarían en un terreno que habían adquirido previamente en Wyoming a un precio irrisorio.

Era 1872 y el país estaba enloquecido en plena fiebre del oro, lo que llevó a que las víctimas cayesen rápidamente en la trampa, que consistió en enseñar el terreno y demostrar que estaba plagado de gemas. Sacaron aquellas que habían enterrado y junto al posible comprador las llevaron a tasar, dando fe el experto de que se trataba de verdaderas piedras preciosas.

El plan salió redondo y la venta del terreno les proporcionó 660.000 dólares – en pleno siglo XIX – que recibieron en metálico por parte de un grupo de inversores y banqueros interesados en entrar en el negocio de los diamantes.

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